1.
Lecturas
Si
3,19-21.30-31: << Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te
querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y
alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela
sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no
tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los
sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. >>
Sal
67: << Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de
alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor; su nombre es el Señor. Padre de
huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa
a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece. Derramaste en tu
heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada; y tu
rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
>>
Hb
12,18-19.22-24: << Hermanos: Vosotros no os habéis acercado a un monte
tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido
de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que
no les siguiera hablando. Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad
del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la
asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a
las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva
alianza, Jesús. >>
Lc
14, 1.7-14: << Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales
fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados
escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: "Cuando te
conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado,
irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte
en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
"Amigo, sube más arriba. "Entonces quedarás muy bien ante todos los
comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido. "Y dijo al que lo había invitado: "Cuando des una
comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los
justos." >>
- Reflexión
De la humildad que nos
acerca al mediador de la nueva alianza
Jorge
Arévalo Nájera
La humildad es una actitud
espiritual que brota del reconocimiento de la verdad del ser, ni más ni menos.
El término significa en su acepción etimológica (“humus-tierra, sustrato
vital”) en su dimensión espiritual pues significa tener bien puestos los pies
sobre la realidad ontológica y existencial y a partir de allí abrazar una ética
y un eje axiológico que en el caso del cristiano le viene de fuera, del Otro,
del Absoluto, de Dios. Ser humilde no significa el desconocimiento del valer
del hombre ni su infravaloración, tal cosa puede esconder más bien un orgullo
patológico y va en contra de una sana
espiritualidad. Ser humilde es conocer la propia identidad y asumir las
consecuencias que esto implica.
Y cabría en este
momento detenernos un poco a reflexionar sobre el misterio antropológico,
¿Quién es el hombre? ¿Adónde radica su explicación última? ¿Cuál es el sentido
del ser y del existir humano? Desde luego que se puede abordar el misterio del
hombre desde muchas perspectivas (Desde la filosofía, la antropología social, la
biología, la psicología etc.), cada una con su aportación específica e
irrenunciable en el quehacer por desvelar el misterio de ese ser paradójico y
desafiante que es el hombre. Sin embargo, la perspectiva teológica o mejor aún,
la antropo-teológica, es decir la identidad humana descifrada desde las
categorías que aporta la revelación divina, es la única normativa para el
creyente y por lo tanto de vital importancia en su profundización.
En primer lugar, hay
que decir que según la Escritura, el hombre no es definible mediante conceptos
reduccionistas, por el contrario, es un misterio siempre abierto a ulteriores
profundizaciones. Y esto es así porque es un ser en devenir, siempre por
realizarse en razón de que Dios le crea permanentemente y él se abre o se cierra
a su influjo creador, que es siempre dinámico y transformador. Es por ello que
la figura del “homo- viator”, del peregrino en permanente itinerancia hacia un
plus de realización que nunca se alcanza del todo en la historia, es la mejor
forma de hablar del hombre.
Ahora bien, este
proceso de realización continua no se da en un encerramiento egoísta, en una
dinámica entrópica y fagocitante que excluye la relación más allá de si misma.
Más aún, es precisamente en la permanente salida de sí mismo que el hombre se
encuentra y se descubre y abraza la única posibilidad de encontrar la plenitud
que su corazón anhela desde siempre. El libro del Génesis nos pinta en imágenes
tremendamente vívidas la perversión que el pecado ha introducido en el mundo
relacional del hombre: la relación con Dios se ve dañada y la imagen divina se
deforma en la percepción humana hasta convertirse en un terrible enemigo
amenazante y envidioso, por lo cual el hombre se oculta y evita el encuentro
con su creador.
También la imagen del
tú, del otro, aparece como amenazante y causa segunda de la desgracia, ya no se
le reconoce como hermano ni como ayuda idónea sino como enemigo acérrimo, hasta
el punto en que finalmente se le asesinará físicamente. Pero no para allí la
degradación que el pecado ocasiona, también la percepción de sí mismo se ve
pervertida y ahora ya no se acepta y se avergüenza y se desconoce. Y todavía el cosmos mismo le
aparece como una realidad enemiga a la cual hay que arrancar el fruto de sus
entrañas, llena de abrojos y cardos, una tierra estéril e impropia para la
vida.
Es suma, el pecado ha
introducido una disolución de la integridad ontológica y existencial del hombre
que así se hace enemigo de Dios, de los demás, de sí mismo y de su entorno
vital. Su identidad ha quedado dañada, ahora no conoce la verdad ni de sí mismo
ni de lo que es distinto de él.
Y esta sabiduría
quedará vedada hasta los tiempos mesiánicos, en los que el Ungido de Yahvé
rasgará los cielos y el velo de todos los templos humanos y el hombre podrá
acceder confiadamente al trono del Santísimo precedido por el primogénito de
entre los muertos, el primero de entre muchos hermanos. El Espíritu del
resucitado es un don escatológico que rescata al hombre de su percepción
mentirosa y le introduce en un estado
ontológico y existencial de plenitud en su nudo relacional. Ahora Dios, en
Cristo es descubierto como Padre bondadoso y fuente de vida plena.
Ahora, desde Cristo, el
otro se puede mirar como hermano y espacio fundamental para la consecución de
mi total desarrollo en el proyecto creador que se llama Reino de Dios. Más aún,
en Cristo se abre la posibilidad del descubrimiento de mi identidad más
profunda: ¡Soy hijo de Dios y hermano de los otros!, y el cosmos entero es el
lugar concreto en el que Dios me bendice y por ello resucitará conmigo y mis
hermanos en el día de la consumación de la historia.
Así, Jesucristo es el
Shalom del hombre, la herramienta hermenéutica que permite descifrar el
misterio antropológico y de Dios mismo, él es la única posibilidad de conocerse
realmente y de conocer (en cuanto cognoscible por su criatura) a Dios. Y desde
luego que esto causa en el hombre un vértigo atroz, porque finalmente quiere
decir que el núcleo de su identidad no radica en sí mismo sino en Cristo y
entonces, en Otro, en uno que por su naturaleza está más allá de toda
manipulación egoísta, uno al que no se le puede echar el guante para que nos
cumpla los caprichos, uno que es el Kyrios, el Señor.
Resulta entonces que la
actitud espiritual básica y distintiva del cristiano es la escucha, puesto que
Dios es palabra, comunicación y ha constituido al hombre dialogante válido.
Dios es don permanente
y el hombre está llamado a ser receptor constante de ese don. En esto radica el
éxito o el fracaso definitivo del hombre, pues éste es criatura (por más hijo
que sea) en absoluta dependencia de su creador, ésta es su identidad y en la
medida que lo acepta y asume gozosamente, entra en el terreno de la vida
definitiva. Pero esta radical dependencia es descubierta no como una esclavitud
impuesta o una sumisión patológica, sino como libertad sobrenatural que libera
de las realidades opresoras y alienantes que le mantienen postrado e incapaz de
hacer camino.
Reconocerse criatura
significa abrirse a la experiencia del vuelo místico y a sumergirse en un mundo
lleno de cosas que jamás vio ojo humano ni escucho oído alguno. Reconocerse
criatura significa extender la mano no para apropiarse despóticamente de lo que
le corresponde, sino para recibir como indigente el don que le hará poseedor
del más preciado tesoro ¡la filiación!
Ser humilde es pues saberse criatura finita, radicalmente indigente y
necesitada de la misericordia divina, pero también es saberse obsequiado por
pura gratuidad con el aliento que le permite levantarse más allá de su polvo y
penetrar en la esfera de lo divino. Es saber que por mí mismo nada puedo pero
en Cristo todo lo puedo. Es saber que soy fracaso de continuo si me encorvo
sobre mí mismo, pero soy triunfo definitivo si me yergo y levanto la mirada
para posarla sobre el Altísimo.
Y entonces, como lógica consecuencia que brota
de la experiencia de la luz de Dios que ilumina mi entenebrecido entendimiento
y me revela lo que soy y lo que es, entro en la categoría del servicio
cristiano.
Gracia y paz.
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