miércoles, 7 de agosto de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 11 DE AGOSTO DE 2013 19° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO “C”

1.     LECTURAS
Sab 18, 6-9: << La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales. >>
Salmo 32: << Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. >>
Heb 11, 1-2. 8-19: << Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos- como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia." Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro. >>
Lc 12, 32-48: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre." Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?" El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá." >>
2.     REFLEXIÓN
FE, ESPERANZA Y CARIDAD MIENTRAS AGUARDAMOS LA LLEGADA DEL HIJO DEL HOMBRE
Jorge Arévalo Nájera
La tríada formada por las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, articulan el mensaje teológico que las lecturas de este domingo nos revelan. La espiritualidad cristiana es una forma de vida que, partiendo del don que Dios nos ha hecho en el bautismo -donde nos ha infundido las tres virtudes arriba mencionadas- y haciendo uso de su libertad, se va configurando cada día en Cristo mediante el poder del Espíritu y teniendo como meta el abrazo escatológico del Padre.
Sin esto, digámoslo claramente, no existe vida cristiana, puede haber admiración por Jesús y hasta formar una especie de club de seguidores del Nazareno, o cómo solía decir –a modo de broma- en alguna época mi hermano: “formo parte de un nuevo grupo llamado << cristianos moderados>>”, pero no puede haber auténtico discipulado y espiritualidad cristiana, que –en términos utilizados por el eximio teólogo y Cardenal Hans Urs von Balthasar- es siempre pneumatófora (portada por el Espíritu y portadora de Espíritu), cristocéntrica (centrada en la persona de Jesús, el Cristo) y patrofinalizada (desemboca en el Padre, le tiene a Él como finalidad última).
Ahora bien, las tres virtudes infusas no son entidades abstractas, sino potencias espirituales imbricadas indefectiblemente con el ser histórico del hombre. Dicho de otra manera, la fe, la esperanza y la caridad que ya forman parte de nuestro ser ontológico, necesitan ser actualizadas por el bautizado en la historia, en su historia y en la historia de los otros. Lo ontológico requiere, mediante la libertad y el fiat del creyente, hacerse existencial. Sólo así se hace efectiva la salvación y la filiación y se expande exponencialmente hasta el infinito de todos los seres posibles.
Veamos con más detenimiento los aspectos de las tres virtudes teologales que nos presentan las lecturas dominicales. En la primera lectura, del libro de la Sabiduría, se anuncia un tema medular para el cristiano: la fe. Haciendo memorial de la liberación de la esclavitud en Egipto, se nos dice que el momento puntual de dicha liberación fue anunciado a los padres con anterioridad, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en las que habían creído.
 El autor del texto evidentemente habla “a caballo corrido”, es decir, hace una interpretación teológica de un hecho pasado, y mediante un artificio teológico –ciertamente los esclavos en Egipto no recibieron ningún aviso previo, y su situación, con todo y ser esclavos, era bastante cómoda, de tal modo que realmente no parece haber constancia histórica de una situación de descontento o deseo de liberarse- nuestro autor vincula las promesas hechas a Abrahán –promesas de una tierra de libertad y una descendencia tan numerosa como las estrellas y las arenas del mar- con la liberación en Egipto.
Los pre-israelitas -aún no existe Israel como pueblo, en Egipto están esclavizadas algunas tribus hebreas y semitas que algún día llegarán a formar el pueblo de Israel-  experimentaron el llamado de Dios a la libertad en la persona de Moisés y algunos de ellos se atrevieron a dar el paso, a seguir al caudillo en busca de una promesa. Esas tribus son símbolo de todo creyente, de todo aquel que descubriéndose esclavo decide creer en el único capaz de hacerle libre. Esa fe vincula, genera pueblo y comunión. La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.
El Salmo precisa algunos aspectos de la segunda virtud teologal, la esperanza. La fe es la luz de la inteligencia teológica, nos permite descubrir la verdadera esencia de las cosas y la conducción divina en el entramado de la historia. Sin embargo, esa inteligencia requiere de otra fuerza dinámica y polarizadora llamada esperanza. La fe permite descubrir aquello que nos aguarda y la esperanza nos impulsa hacia ella, nos atrae irresistiblemente la inefable belleza de aquella realidad que cumplirá nuestros más profundos anhelos. La tensión dinámica que existe entre fe y esperanza, ver lo que aún no es evidente genera en el creyente un impulso irresistible de satisfacer la apetencia por la promesa.
En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos,  la fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.
La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de la esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios. Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios.
Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó que le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que mediar el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.
Finalmente, Lucas nos presenta la consecuencia lógica que proviene de la auténtica fe y esperanza, un ethos, una forma de vida totalmente confiada en Dios y abierta al amor/caridad. El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales).
Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.
El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20). Preparación y vigilancia pueden resumirse en una actitud básica fundamental del cristiano: ¡El amor!, a Cristo se le espera amando, o lo que es lo mismo, se le ama en los otros, poniéndose de su lado, defendiéndolos, velando por sus derechos y sus necesidades. El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.

Gracia y paz.

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