1. Lecturas
Is 7,10-14:
Yahvé se dirigió otra vez a Ajaz, por medio de Isaías, que le dijo: «Pide a Yahvé,
tu Dios, una señal, aunque sea en las profundidades del lugar oscuro o en las
alturas del cielo.» Respondió Ajaz: «No la pediré, porque no quiero poner a
prueba a Yahvé.» Entonces Isaías dijo: « ¡Oigan, herederos de David! ¿No les
basta molestar a todos, que también quieran cansar a mi Dios? El Señor, pues,
les dará esta señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le
pone el nombre de Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros.
Gál 4,4-7:
Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de
una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley
y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios
infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios
llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre!
Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la
gracia de Dios.
Lc 1,39-48:
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la región
montañosa de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta
oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena
del Espíritu Santo, exclamó: « ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría
en mi seno. Feliz de ti por haber creído
que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo
entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque Él miró
con bondad la pequeñez de su esclava.
2. Reflexión
Nos ha sido dada una
señal para que vayamos a visitar las regiones montañosas
Jorge
Arévalo Nájera
La festividad de Nuestra
Señora de Guadalupe es un perfecto momento para profundizar en el misterio eclesial,
pues ella es una advocación de María, y ésta es, en el simbolismo teológico
cristiano, imagen de la Iglesia. Por lo tanto, no hablaré aquí de las bondades
y el papel que Guadalupe ha jugado y juega en la historia religiosa de México,
sino que me atendré al papel que desempeña María en la teología bíblica
cristiana.
En la primera lectura,
del profeta Isaías, se nos presenta el conocidísimo
oráculo de Is 7,10-14, referente al Emmanuel.
Ajaz es invitado por Dios mismo a pedirle una señal portentosa (de abajo,
en lo profundo, o de arriba, en lo alto). Esta señal consiste en el nacimiento
de un niño del vientre de una “almah”[1]
o jovencita, recién casada. Desde luego que esto no tiene nada de extraño, las
mujeres se casaban muy jovencitas y la maternidad era, por lo general, cosa
inmediata. ¿Dónde está entonces lo importante?
No parece haber ninguna
intención de narrarnos un hecho que vaya en contra de las leyes naturales, lo
que interesa –a nivel espiritual- es la interpretación teológica del
acontecimiento: en primer lugar, se resalta la iniciativa divina, el nacimiento
es fruto de la acción de Dios –aunque quede implícita la participación humana-
y por lo tanto, el vástago es garantía de la presencia salvadora de Dios en
medio de su pueblo.
Esta profecía será
reinterpretada por los cristianos y aplicada de forma natural al nacimiento de
Jesús, siendo la “almah” o “parthenos” la prefiguración de María. Es
importante hacer notar que ya en esta profecía se empieza a dibujar el talante
simbólico de la figura de la “virgen”,
que en la tradición profética representa en múltiples textos al pueblo de Israel,
pero específicamente al << resto
fiel >>, a ese puñado de Israelitas pobres, temerosos de Yahvé,
fieles a las promesas, firmes en la esperanza y abiertos siempre a la llegada
del Mesías.
En la segunda lectura,
de la carta a los Gálatas, se consigna precisamente el
cumplimiento pleno de la profecía isaiana con el nacimiento de Jesús “en la
plenitud de los tiempos”. Es bellísima la simplicidad del texto; << Al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley >> Nada de
eventos milagrosos o portentosos, el Hijo de Dios viene en la maravillosa
simplicidad de la vida humana, espacio de manifestación de Dios, cuyo objetivo
es sólo uno: rescatarnos de la ley para que pudiéramos ser hijos suyos.
Y esta filiación es
fruto del envío, por parte del Padre, del Espíritu de su Hijo. Desde luego, que
la mención, apenas como de pasada, sobre el hecho de que el Hijo es << nacido de mujer>>, no tiene nada
de superfluo o intrascendente, se está hablando ni más ni menos que de la
Encarnación. Pablo no explicita en absoluto el papel de María en el
acontecimiento fontal del cristianismo, tal vez porque cuando él escribió –su
literatura se ubica entre los años 50 y 63 d.C- no se conocía la tradición
sobre los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús, o simplemente
porque no le era de utilidad para elaborar su teología.
En todo caso, deja ver
que la Encarnación era un dato adquirido sólidamente en la tradición cristiana.
Ya vendrán los grandes desarrollos mariológicos en los dos primeros capítulos
de los evangelios de Mateo y Lucas.
Es precisamente el
trozo evangélico de Lucas que nos será proclamado, uno de los
pasajes de mayor importancia para rescatar la envergadura teológica y
espiritual de María. Esta gloriosa página evangélica comienza con una expresión
de capital importancia; << en
aquellos días >>. No se trata de una expresión cualquiera con la que
se empieza de manera convencional una historia, como si dijéramos “erase una
vez que se era” o algo por el estilo.
Más bien es una
densísima formulación profética que designa el cumplimiento de las promesas
ancestrales hechas a Israel, es el tiempo de la manifestación definitiva de
Yahvé que viene a instaurar de una vez y para siempre su reinado, finiquitando
la iniquidad. Por lo tanto, cuando un texto bíblico comienza con esta expresión
<< por aquellos días>> o
<< en aquél día>>, se
anuncia una narración que explicita el arribo definitivo de Dios. Así las
cosas, María es ubicada como protagonista irrenunciable de ese tiempo, no es
una figura tangencial, no es un simple utensilio pasivo en las manos de Dios,
es un personaje paradigmático, modélico. En efecto, María, trascendiendo su
talante histórico como madre biológica de Jesús, es tomada por Lucas para ilustrar
el misterio eclesiológico y por lo tanto, discipular.
Vayamos por partes. Lo
primero que se nos dice de María/resto fiel, es que << se puso en camino María y se dirigió con
prontitud a la región montañosa, a una población de Judá >> “Ponerse
en camino” es una forma de decir “abrazó el discipulado”, “se hizo seguidora de
Jesús”, pues “el camino” es figura de
la vida cristiana y de hecho, consta que los discípulos se hacían llamar a sí
mismos “los del camino” o “los santos del camino”. Y es que la
espiritualidad cristiana no es otra cosa que ponerse a caminar en pos del que
llama y camina delante nuestro para llevarnos a la Patria definitiva.
Pero el objetivo final
no se alcanza de inmediato, antes hay que dirigirse con prontitud “a la región montañosa” del mundo. Bien
sabemos que las montañas o los montes simbolizan en la Biblia a los ídolos,
aquellas realidades que ocupan el lugar de Dios en el corazón humano. El resto
fiel que se ha abierto a la llegada del Mesías y por ello lo lleva en su seno,
es urgido a llevar la Buena Nueva a todos los hombres que se encuentran
atrapados en la idolatría, en las ideologías del mundo que les esclavizan.
¡Con cuánta ansia y
vigilancia deberíamos esperar nosotros a ese resto fiel que nos visita –y
siempre hay una María/Iglesia en nuestra vida- para traernos la libertad, el
gozo de saber que podemos vivir libres de toda atadura y convertirnos también
en portadores del Mesías!
Isabel representa precisamente al pueblo que
vive en la “región montañosa” y que
por ello es estéril, incapaz de garantizarse un futuro porque ha puesto su
seguridad en quien no puede dar vida. Todos, de una u otra manera somos
“Isabel”, cada vez que nos aferramos al poder, a las componendas sociales, cada
vez que caemos en la corrupción para lograr algún beneficio, cada vez que
destrozamos la fama de una persona, cada vez que optamos por el rencor en lugar
del perdón, por el desquite en lugar de hacer un bien a quien nos ha lastimado,
somos habitantes de la región montañosa y necesitamos recibir a la Iglesia que
lleva en su seno a Jesús, para sentir como renace en nosotros la vida y salta
de gozo nuestro “Bautista” interior, y se ensanchan los horizontes y sabemos
que todo puede ser posible, y nuestra existencia gris y caduca se transforma en
baile escatológico.
Adviento es pues,
tiempo de espera del Mesías, que nos viene en las entrañas de la pequeña y
frágil comunidad. Estrechemos los lazos fraternos, abramos los oídos para escuchar
la Palabra que en la asamblea se nos proclama, pero también, aprendamos de
María que somos llamados a llevar presurosos la Buena Nueva del Mesías
liberador y a llenarnos de júbilo, “porque el Señor ha puesto sus ojos en la
humildad de su esclava”.
Gracia y paz.
[1] “almah” es una palabra hebrea que
significa “jovencita” o “recién desposada”, y que en la traducción griega de
los LXX se traduce con la expresión “parthenos”
que quiere decir “virgen”, de donde
la toman los evangelios de Mt y Lc para hablar de la concepción virginal de
Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario