lunes, 16 de diciembre de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 22 DE DICIEMBRE DE 2013 (4° DOMINGO DE ADVIENTO CICLO A)

1. LECTURAS
Is 7,10-14: En aquellos días, el Señor habló a Ajaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.» Respondió Ajaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»  Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Sal 23,1-2.3-4ab.5-6: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
Ro 1,1-7: Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Mt 1,18-24: El nacimiento de Jesús el Mesías sucedió así: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su mujer.

2. REFLEXIÓN
El Mesías vino para que podamos subir al Monte del Señor
Jorge Arévalo Nájera
La liturgia de este 4° domingo de Adviento, retoma la primera lectura del domingo anterior, nos vuelve a proponer el tema del Emmanuel y cierra la proclamación de la Palabra con el texto de Mateo en el que se ve cumplido explícitamente lo anunciado por el profeta Isaías. Es claramente una inclusión teológica. Por lo tanto, la Presencia anunciada y cumplida de Dios en medio de los hombres es el tema que articula la propuesta teológica y espiritual de la Iglesia. El Salmo y la carta a los Romanos nos ayudarán a explicitar, a profundizar otros aspectos de dicha Presencia.
Los cristianos afirmamos que el Dios en el que creemos no es la divinidad lejana, ajena a la problemática de los hombres, encerrada en su mundo intra-divino, ensimismada en su absoluta trascendencia. El Dios cristiano es ante todo Emmanuel, Dios con-nosotros, siendo él mismo una señal para su pueblo, rompiendo –para variar- todos los esquemas interpretativos humanos.
Una señal es siempre una realidad intermedia que apunta hacia una realidad final que la trasciende, pero en la revelación, señal y realidad señalada son una y misma. Dios es la señal que apunta hacia Dios, esa es la paradoja maravillosa de la encarnación; Dios que se encarna para ser señal que lleva a Dios. Por lo tanto, esta señal –Dios mismo- empodera al sujeto destinatario de la señal para que pueda inteligir el Misterio al que apunta y pueda ponerse en camino hacia él.
La revelación de Dios nunca es neutra, siempre es tendenciosa, siempre quiere algo del hombre. Dios no se revela porque sí, como si de suscitar admiración se tratara, se revela para salvar, para plenificar, para consumar su creación. La Encarnación del Hijo de Dios, su pequeñez, su insignificancia -¿acaso pudo haber algo más insignificante que un niño o un crucificado en el tiempo de Jesús?-, su voluntad de hacerse pobre con los pobres –Jesús no era por nacimiento, parte del estamento de los pobres, se hizo a sí mismo pobre-, marginado con los marginados –siendo un rabino carismático reconocido como tal por las autoridades judías, se auto-excluyó al hacer comunión de vida con los pecadores y excluidos por la sociedad-, su valiente denuncia profética –que finalmente le llevó a la cruz-, constituyen el gran signo de la presencia salvadora de Dios en la historia.
En Jesús es Dios mismo el que abraza al leproso, el que se maravilla con la fe de la viuda pobre que da a Dios lo que a ella le hace falta para subsistir, el que se moja los pies en las olas del mar de Galilea, el que hace sagrada la historia profana, el que derroca las estructuras religiosas y sociales de poder que oprimen al hombre, el que permite que el discípulo amado recueste la cabeza sobre su pecho, el que llora desconsolado a causa del hombre destruido por el pecado (Lázaro), el que se deja ungir por la prostituta y acepta sus caricias, el que restituye a todos los derrengados su estatura auténticamente humana y llama a todos los hombres hermanos.
Es Dios mismo el que invita a abrazar un estilo de vida que es divino ¡ser pescadores de hombres!, es Dios mismo quien nos constituye en asamblea para ser una realidad alternativa para el mundo…en fin, es Dios mismo el que ha venido para que subamos con él al monte santo. El salmista ha descubierto con extraordinario acierto la consecuencia del movimiento encarnatorio de Dios; se abre la posibilidad al hombre de acceder al mundo divino –simbolizado por la expresión “subir al monte santo”-, de hacer comunión de vida con él. Ajaz se resiste a pedir una señal por parte de Dios, ¿por qué? ¡Porque la señal es comprometedora, exige una toma de postura, ante ella no es posible seguir como antes, la evidencia elimina la ambigüedad!  Decimos que nos encantaría saber cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas, pero no queremos mirar la señal que Dios nos ha dado hace dos mil años, y seguimos sumidos en la mediocridad de una vida pseudo-cristiana.
El Emmanuel es la señal definitiva y escatológica, en él se encuentra el código que nos permite descifrar nuestro propio misterio. Mientras seguimos buscando las respuestas a la problemática del existencial humano en los afanes de este mundo presente, La Respuesta nos aguarda desde hace dos milenios y viene permanentemente a nuestra vida.
Navidad se acerca, envuelto en pañales el Sentido de la vida se ha hecho cercano, está al alcance de la mano, el monte de Dios se nos presenta como el horizonte de realización tan largamente añorado. Este tiempo de Adviento es un momento privilegiado para iniciar el movimiento de ascensión al monte del Señor, pero para ello, es necesario tener << manos inocentes y corazón puro >> Las manos son símbolo de la capacidad para transformar el mundo, para incidir en sus estructuras.
Lo que nos dice el salmista es que sólo el hombre que no ha hecho uso de esta capacidad humana para lograr dicha transformación mediante la opresión, el poder despótico y la imposición arbitraria de sus criterios, y por el contrario, ha asumido el compromiso fatigoso de obrar según los criterios del amor, la justicia, la solidaridad, etc., podrá hacer experiencia de comunión con Dios. Pero esto no puede ser logrado sin la actitud espiritual básica de la “limpieza o pureza de corazón”, que consiste en una toma de postura irreductible que hace de Dios la opción fundamental y erradica del centro del corazón todas las realidades creadas (no es idólatra).
A éste, nos dice el Salmo, “Dios le hace justicia”, es decir, le provee de todo aquello que le es necesario para alcanzar el estatuto de ser pleno, realizado, gozoso, libre. Es interesante notar que según el Salmo, la inocencia de las manos y la pureza del corazón son condición sine qua non (sin la cual) el hombre no puede ser justificado por Dios.
Desde luego que esto no excluye la acción graciosa antecedente del Padre, más bien, lo que se quiere subrayar en el texto es que la voluntad del hombre juega un papel indispensable en el logro de su justificación efectiva y existencial, en tanto que debe ejercer su voluntad para aceptar la gracia justificante.
En la carta a los romanos, Pablo hace hincapié en otro aspecto consecuencial a la Encarnación: la misión << hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre >> En esto consiste el ser misionero de la Iglesia, en ser creativos, inventar caminos inéditos para anunciar la Palabra a los que aún no rinden su corazón al Kyrios. Fijémonos en que no se trata simplemente de elaborar discursos o –cómo dicen los jóvenes de ahora- “echarse choros religiosos” por demás aburridos e intrascendentes. Se trata de suscitar en los oyentes una adhesión existencial a Cristo, que es fruto del descubrimiento de un modo teológico de ver la realidad. Aquí están las dos dimensiones de la fe bíblica: Por un lado la fe como don de Dios (inteligibilidad teológica de lo real) y por otro lado, la fe como respuesta humana al don divino (adhesión existencial totalizadora).
Desde luego, que por el contexto inmediato anterior (lectura de Isaías y Salmo), la misión se entiende como testimonio de aquellos que han sabido reconocer y acoger la señal de Dios (la pequeñez como única forma de entrar en comunión con el Emmanuel), renuncian a toda forma de poder para establecer primacía en las relaciones humanas (manos inocentes) y han optado por entronizar a Dios como la opción fundamental en sus vidas (corazón puro).
El evangelio de Mateo, en un cuadro maravilloso, lleno de símbolos y elaborada cristología eclesiológica, nos presenta las condiciones teológicas y espirituales en las que fue y es posible dar a luz al Mesías prometido desde antiguo. Par comprender a cabalidad el mensaje del texto, es necesario ir más allá de la facticidad histórica y entrar en el mundo expresivo del evangelista. En primer lugar, los personajes históricos de María y José, son utilizados por Mateo para simbolizar a dos comunidades: por un lado está María, que representa a la joven y virginal comunidad cristiana que lleva en su seno al Mesías, que no ha nacido de la tradición religiosa israelita ni de categorías humanas (es fruto de la acción inédita y prodigiosa del Espíritu Santo)  y por otro lado, está José, imagen del resto fiel de Israel, ese pequeño grupo que nos ha descrito con singular belleza el Salmo proclamado.
Para que el Mesías nazca, es necesario asumir el paradigma de ambos personajes: la pasiva receptividad de María/comunidad cristiana, que en el relato, su decir se da en el silencio del que teme a Yahvé y su hacer en la receptividad de la acción del Espíritu. Pero también se hace indispensable la actitud de José/resto fiel, que a pesar del aparente imposible de la situación (su mujer embarazada sin concurso de varón, con todas las repercusiones sociales que esto trae) y su conflicto interno (la ama, pero quiere repudiarla) sabe escuchar a Dios –precisamente la actitud fundamental del resto fiel es la escucha- a través de su mensajero (ángel significa mensajero) y en la teología sinóptica los “ángeles” no son seres espirituales alados, sino todos aquellos que están al servicio de la Palabra.
¿No es verdad que también a nosotros nos resulta imposible aceptar que en ese pequeño niño radica el cumplimiento de las promesas que anhelamos sobre la paz, la justicia, la plenitud humana? ¿Que la insignificancia, que el camino hacia abajo y no hacia arriba es lo que nos lleva a las alturas? ¿Que el hacernos nada ante los otros es el modo divino de vivir? Ante este imposible, sólo nos queda un camino como discípulos: la actitud de María y José, la pasiva receptividad y el obsequio de la voluntad.
Sólo entonces será posible que nazca para el mundo el Mesías que vino para que podamos subir al Monte de Dios.

Gracia y paz.

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