viernes, 18 de marzo de 2011

LA CUARESMA, ¿TIEMPO DE PENITENCIA O DE CONVERSIÓN?

Jorge Arévalo Nájera
Al inicio de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza) y hacia el final de la misma (Viernes Santo), somos invitados por la madre Iglesia a guardar ayuno, pero esto no significa que solamente esos días debamos hacerlo, más bien es un signo litúrgico que a manera de inclusión (principio y fin del tiempo cuaresmal) simboliza una actitud espiritual permanente en la vida del discípulo.
Pero enseguida surge la pregunta ¿por qué debemos ayunar? ¿Qué significado tiene esta práctica? ¿De qué manera me ayuda en el proceso de conversión al que hemos sido llamados cuando se nos impuso la ceniza?
En primer lugar, debemos erradicar la mentalidad que considera al ayuno como una práctica sacrificial de penitencia. En Cristo hemos sido re-creados como hijos del Padre y a Él le ha placido darnos el Reino, vivimos ya en los tiempos escatológicos de la gratuidad del amor desbordante del Padre y todas nuestras culpas han sido clavadas con Jesús en la cruz del Gólgota, el perdón a nuestras transgresiones se nos ha otorgado gratuitamente por el Amor que se nos ha entregado hasta el extremo. Entonces, ha quedado superado el tiempo del sacrificio para obtener de Dios el perdón.
Debemos situarnos en el tiempo de la gracia, de la efusión del Espíritu de Cristo, de las bodas en las que el vino/amor fluye entre los comensales sin conocer agotamiento y entonces, en el tiempo del gozo, del baile, del jolgorio. Pero, ¿no acaso nos han enseñado que la Cuaresma es tiempo de penitencia? ¡Es tiempo de levantar la mirada, de dejar atrás la economía del juicio para abrirnos al mensaje liberador de Jesús! ¡De ningún modo creo que la Cuaresma sea un tiempo para sumergirnos en la mentalidad de Juan Bautista! ¡Por el contrario, creo que es tiempo de conversión, de regreso a la casa del Padre, pero con el corazón desbordante de esperanza porque sabemos que el Padre nos aguarda con los brazos abiertos para llenarnos de besos, colocarnos el anillo de la alianza y revestirnos con los ropajes de las bodas mesiánicas!
En este sentido, la clave para entender el significado del ayuno es la conversión, que no es un cambio moral sino un cambio de la orientación existencial del individuo, la asunción de una mentalidad que dirige la mirada y encamina sus potencialidades al horizonte del amor gratuito como clave interpretativa de Dios y de las relaciones humanas. En efecto, el ayuno rectamente entendido es al mismo tiempo signo de una mente convertida y fuente permanente de la conversión. Si falta lo primero, el ayuno se convierte en rito antiguo, caduco y vacío de sentido cuya finalidad es asegurarnos la benevolencia de la divinidad, y en el fondo, es un medio para acallar la conciencia y una pretensión monstruosa –y estéril- de querer manipular a Dios. Del mismo modo, si falta lo segundo, el ayuno se agota en sí mismo y resulta estéril.
En efecto, la conversión exige el ayuno porque éste es un medio privilegiado para acercarnos a los sufrientes del mundo y la conversión tiende por su misma naturaleza al encuentro con los hermanos. Por un lado, ayunar nos sensibiliza al sufrimiento de aquellos que claman al Padre por alimento que llevar a la boca propia y de los suyos. Así, el recto entendimiento del ayuno deviene en praxis liberadora, en compartición solidaria de lo que somos y tenemos. Por eso, aunado al ayuno, debe existir el movimiento de acercamiento a los pobres, de tal modo que aquello de lo cual me privo se lo comparto a mi prójimo, ¡Cuaresma es tiempo de encuentro fraterno!
Por otro lado, el ayuno despierta la conciencia de que el pan material es relativo (aunque totalmente necesario) y que existe otra realidad que clama por el reconocimiento de su estatuto de absolutez, a saber, Dios mismo. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”, no es que se niegue ilusamente la necesidad del pan material, sino que éste se mira como un bien subordinado a la Palabra que es capaz de generar corazones dóciles que comparten el pan para saciar el hambre de las multitudes. Sin referencia a la Palabra, el pan es acaparado por unos pocos que explotan y oprimen a las masas derrengadas. El ayuno entonces, debe también ir acompañado de la meditación, escucha y obediencia a la Palabra para cobrar vigencia auténticamente cristiana.
Y esto nos mete entonces en el otro miembro de la ecuación ayuno-oración a que nos remite la conversión. Ayunar sin orar no solamente es absurdo, ¡es incluso blasfemo! Pero es necesario precisar el sentido de la oración cristiana. Orar significa etimológicamente “hablar”, pero dado que Dios se manifiesta como Palabra, entonces él es el fundamento de todo hablar. Muchas veces pensamos –y así lo expresan muchos cristianos- que orar significa hablar con Dios, dirigirse a Él verbalmente para contarle todas nuestras dudas, perplejidades, temores, alegrías, etc.
Pero olvidamos que ante todo, es Dios quien habla y por lo tanto, la actitud básica del hombre es la escucha. ¿No es verdad que muchas veces convertimos la oración en un monólogo en el que la única voz que se escucha es la nuestra? Es verdad que también somos interlocutores válidos ante Dios, Él mismo nos ha creado así, pero eso no significa que sea un diálogo entre iguales, más bien, de la escucha surge la palabra humana capaz de dialogar con su creador, pero esta palabra no necesariamente es  articulación de sonidos, en esencia es palabra muda, contemplativa, receptiva, crística.
Orar, más que hablar con Dios en un momento puntual y concreto es una forma de vida que asume la escucha atenta de la Palabra, la vigilancia permanente para descubrir en los signos de la historia el permanente llamado a la santidad que después habremos de discernir en su concreción histórica. La oración es entonces espacio de discernimiento, fuente de santidad, criterio interpretativo de lo real, origen de la jerarquización evangélica de los valores y lugar de encuentro místico con el Absoluto.
Oración y ayuno aparecen así, en el camino de la conversión, como elementos irreductibles de la misma.
Gracia y paz.

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