martes, 29 de marzo de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 3 DE ABRIL DEL 2011


4° DOMINGO DE CUARESMA CICLO A

1 S 16, 1.6-7.10-13 << Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño >>
Sal 22 <>
Ef 5,8-14 << Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz >>
Jn 9,1-41 << Yo he venido a este mundo […] para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos >>

De un pastor que da la vista a sus ovejas
Jorge Arévalo Nájera

¡Ser o no ser…es la cuestión!... Podríamos parafrasear la consagrada frase dicha por Hamlet en el soliloquio de la obra homónima de William Shakespeare y formularla de la siguiente manera: ¡Ver o no ver…es la cuestión!  El drama de Hamlet es precisamente la angustia que le produce el no poder descubrir el camino que le lleve a la posesión del sentido de la vida, que ante sus ojos aparece como un terrible absurdo, un nudo imposible de deshacer. En el fondo, el cuestionamiento que subyace en la afirmación de Hamlet puede tematizarse como la incapacidad de ver el sentido de lo real.
Bíblicamente, el término “ver” tiene una doble valencia simbólica, por un lado tiene una dimensión de apropiación, de dominio, de posesión. El hombre necesita “ver” para dominar la realidad, para aprehenderla, integrarla en sus esquemas interpretativos y proveerla de sentido y finalmente darle una utilidad pragmática.
Esto, que de ordinario es algo que necesitan hacer los hombres para su devenir práctico en la vida y sin lo cual sería imposible lograr desarrollo alguno, en el ámbito espiritual adquiere una connotación negativa. En su relación con el Trascendente, fundamento de la realidad que queda inalcanzable al dominio humano y que por lo tanto es por esencia inmanipulable e inapresable por las categorías interpretativas siempre finitas de la creatura, la categoría del “ver” se torna blasfema y se convierte en intento idolátrico por dominar a Dios. No quiere decir que el hombre haya de renunciar a “ver”, pero su visión no es fruto de su esfuerzo, sino don que viene de lo alto y que requiere de una disposición espiritual previa: ¡La escucha!
Esto responde a la naturaleza misma del hombre, que ha sido creado por Dios como imagen suya, dialogante válido ante Él que es Palabra por antonomasia, comunicación permanente, salida y entrega de continuo. ¿Qué requiere la Palabra sino ser escuchada?
¿No es cierto que nuestra oración se convierte muchas veces en soliloquio estéril, desahogo egoísta de nuestras frustraciones y angustias en el que no dejamos ni un resquicio para la escucha de aquél que quiere comunicarnos su Vida? ¡Dios habla!...si no lo escuchamos, ¿no será que necesitamos revisar profundamente en qué condiciones anda nuestro “oído espiritual”?
Como todo sentido, el oído requiere ejercitarse para no atrofiarse, escuchar a Dios requiere poner todo de nuestra parte, estar atentos permanentemente a su comunicación en aquellos espacios en los cuales él prefiere hablar (los pequeños, los marginados, los excluidos por la sociedad, la oración contemplativa en la que nos callamos y disponemos a la escucha, los hermanos de la comunidad que Dios nos ha regalado, el pastor que nos apacienta, la celebración eucarística en la que sin lugar a dudas Dios nos habla en su Palabra proclamada en asamblea).
Cuando escuchamos, entonces aparece la vista como un don que nos capacita para descubrir en la urdimbre de los acontecimientos –tantas veces azarosos- de la historia, la mano poderosa y el brazo extendido de Dios actuando para liberarnos de la opresión y conducirnos a la tierra espaciosa y fructífera de la plenitud.
Ahora bien, la Biblia parte de la presuposición de que el hombre es ciego, incapaz de descubrir por sí  mismo el sentido auténtico de lo real. Dado el talante plástico del lenguaje semita (pueblos del medio oriente de habla árabe, aramea y hebrea), esta constatación se expresa con imágenes simbólicas y en este caso, se usa la ceguera como símbolo de una ineptitud espiritual más que física y a su vez, la imagen prototípica de la ceguera es la oveja. En efecto, es bien sabido que este animal es prácticamente ciego y que su supervivencia depende totalmente de la conducción del pastor –sobre todo en el contexto semita, nomádico- que con el golpeteo incesante de su cayado va guiando al rebaño a través de las escarpadas montañas del Sinaí. El oído es pues el sentido que permite a la oveja sobrevivir y llegar a los pastizales sabrosos y verdes donde alimentarse y satisfacer su sed.
Por ello, la primera lectura, tomada del primer libro de Samuel, nos presenta el episodio de la elección y unción de David como Rey/pastor de Israel. Este personaje bíblico llegó a representar el ideal del pastor (en un principio, el rey era pastor por antonomasia que conducía al pueblo por los senderos de Yahvé en fidelidad a la alianza). Bien sabemos por los hallazgos históricos, que David fue un estratega militar y político fuera de serie, pero cuya moral no era precisamente digna de ser imitada –baste recordar la jugarreta que hace a su general Urías con tal de quedarse con su bella esposa- y que sin embargo posee un algo que encandila el corazón de Dios <<…el Señor escudriña el interior. >>[1], es simplemente el más pequeño, el insignificante, el que está detrás de las ovejas.
Ya se anuncia entonces una realidad que costará lágrimas de sangre a Israel –y dicho sea de paso a todos los que nos decimos creyentes en el Dios judeo-cristiano-, y me refiero al pastoreo. Y es que es fatigoso someterse a un pastor humano, falaz como todos, pecador como todos y que sin embargo ha sido ungido por Dios y su espíritu está sobre él.
¡Ah! si recordáramos esto cada vez que se nos da una indicación pastoral y la soberbia nos hace creer que sabemos más que el pastor por donde hemos de conducirnos. La cosa es clara y contundente, el pastor que Dios nos ha elegido ha recibido un carisma que nosotros NO TENEMOS y que la obediencia a las directrices pastorales no es optativa si es que queremos ser congruentes con la fe cristiana.
Y seamos más específicos, la obediencia existe verdaderamente cuando acatamos directrices con las que no estamos de acuerdo, ¿estamos realmente obedeciendo cuando la directriz pastoral está totalmente en consonancia con nuestros criterios personales? No se trata de una obediencia servil o acrítica propia del infantilismo espiritual, sino de una obediencia asumida desde la libertad y el convencimiento de que el pastor es la instancia cualificada para guiarme.  Ante el conflicto con las ordenanzas del pastor hay que discernir, cuestionar, informarnos, buscar el consejo de personas doctas, orar y solamente desobedecer cuando en conciencia descubrimos que la ordenanza pastoral es objetivamente contraria al Evangelio, y hago hincapié en esto último, no cuando va en contra de nuestra sensibilidad u opinión personal, sino ÚNICAMENTE CUANDO ES OBJETIVAMENTE CONTRARIA AL EVANGELIO.
Cuaresma es un buen momento para ejercitarnos en el arte de la obediencia, el mejor remedio para la soberbia y el colirio indispensable para empezar a vislumbrar el sentido de nuestra historia y el pastizal de plenitud donde restituir nuestra vida.
Gracia y paz.


[1] 1 S 16, 7b

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