lunes, 14 de marzo de 2011

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL DOMINGO 20 DE MARZO DEL 2011 2 ° DE CUARESMA CICLO A


1. Lecturas
Gn 12,1-4a: En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.» Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Sal 32,4-5.18-19.20.22; La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
 2 Timoteo1, 8b-10: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
Mt 17,1-9: En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»



2. Reflexión
La humanidad que marcha desde la intrascendencia pueril hacia la visión del Hijo del hombre transfigurado
Jorge Arévalo Nájera
El texto que hoy nos presenta la liturgia de la Palabra como primera lectura, tomado del libro del Génesis, constituye indudablemente una página fundacional para el pueblo de Israel. Se trata ni más ni menos que del inicio de la historia de la salvación mediante el llamado que Dios hace a un ilustre desconocido llamado Abrán para que deje su tierra y sus padres y se ponga en marcha hacia una tierra desconocida, dejando atrás la seguridad de su parentela y su lugar de origen. Según el texto, lo único que mueve al patriarca es la promesa del extrañísimo Dios de las montañas (Yah o Yahu, una divinidad semita) que asegura le dará una tierra en posesión –lo cual es extraño porque a decir del mismo texto, Abrán ya poseía una tierra heredada por sus padres- y una prole tan numerosa que podrá ser llamada “pueblo”.
Pero la cosa no para allí, la promesa también incluye convertirlo en centro que irradie bendición universal para todos los pueblos del mundo e inclusive un anatema para todos aquellos que quieran hacerle daño.  Analicemos con mayor detalle los tres ejes sobre los que gira la nueva vida que el patriarca decide asumir:
1. Tierra abandonada/prometida: La tierra, en la simbólica semita posee -además de la evidente dimensión espacial como lugar físico en el que el ser humano puede desenvolverse, crecer y madurar-, una connotación religiosa, pues la tierra física se convierte en espacio teológico al realizar el culto a la divinidad. Poseer una tierra propia es garantizar la libertad de culto y por lo tanto el encuentro con Dios.  Si ya Abrán poseía una tierra –en la que seguramente se adoraban otros dioses- y Dios le saca de ella para darle en posesión una tierra nueva, entonces de lo que se trata es de deslegitimar toda otra adoración y promover el culto a Yah, que posteriormente será aceptado por todos los clanes o tribus israelitas como el Dios supremo y será llamado Yahvé y en la época de Moisés finalmente será proclamado como el único Dios verdadero.
A nivel espiritual, el texto es prototipo de la vida cristiana y en el periplo de Abrán se prefigura una constante discipular: la marcha, la movilidad permanente, la itinerancia espiritual como punto de partida y permanente clave del seguimiento de Cristo. Abrán se mueve al compás de la voz de Dios, de inmediato, sin chistar, no se pone  a reparar en gastos o en previsiones a detalle, simplemente escucha la voz que le hace una indicación y se pone en marcha abandonando la tierra que le pertenecía –símbolo de la caducidad de los cultos paganos y de la interrelación humana basada en la imagen de la divinidad que esos cultos expresaban- para ir en pos de una nueva tierra donde se adorará al Dios verdadero y en donde se creará una sociedad alternativa fundamentada en la alianza y la fidelidad de Dios. Resulta evidente que para nosotros, los discípulos del siglo XXI, la itinerancia no consiste en el abandono de una tierra física –al menos no en forma general-, pero sí del “lugar” espiritual en el que actualmente estamos situados, pues cualquiera que sea la situación, pronto ha de convertirse –si permanecemos demasiado tiempo instalados en ella- en lugar de opresión, de vacío del Dios nómada al que se le encuentra en la marcha.
Este tiempo de Cuaresma, en el que se nos ha invitado el pasado Miércoles de Ceniza a iniciar un  proceso de conversión de cara a la propuesta del Evangelio, es tiempo oportuno para emprender de nuevo el camino que Dios nos irá marcando con su cayado, levantando la mirada más allá de todo logro adquirido para atisbar la promesa que jalona la historia.
2. Abandono de la casa paterna: La casa es símbolo de la familia, del lugar donde se reciben las tradiciones ancestrales e inclusive la identidad personal. En efecto, en la cultura oriental semita –cuna de la Sagrada Escritura- la persona no se entiende a sí misma como un ser individual desvinculado del clan familiar, su mentalidad es profundamente gregaria y corporativa y la familia es la “célula” primaria donde se introyecta esa mentalidad.
Abandonar la casa paterna no significa simplemente mudarse de residencia para iniciar la vida conyugal, significa dejar atrás el pasado de las tradiciones ancestrales que me dan identidad y me aseguran un lugar al interior de la sociedad. Significa hacerse trashumante, abandonar la seguridad de lo ya conocido para aventurarse en experiencias inéditas que además, al ser iniciativas de Dios, serán incontrolables y por ello mismo generadoras de desazón, de inestabilidad. Pero al mismo tiempo, son espacio privilegiado para el abandono y la confianza, para la apertura a la sorpresa y la experiencia de su providencia y amor inefable.
Permítame Usted, amable lector contarle una experiencia de este tipo. Hace algunos años desperté con la urgente necesidad de ir más allá de una práctica religiosa acomodaticia. Apenas unos días antes había conocido al P. Corres, que hoy –lo digo con orgullo- funge como mi pastor, le hablé por teléfono y solicité una cita para hablar con él. Le presente mis inquietudes y me envió con un querido amigo para ver en que podría yo ayudar en la pastoral que se llevaba a cabo en un pintoresco poblado de la ciudad de México llamado a sí mismo “Pueblo Quieto”. Encaminé mis pasos, lleno de dudas y miedos, lo cual no mejoró mucho al encontrarme con él, pues sin ningún miramiento me encomendó dar un curso bíblico.
Soy por naturaleza tímido y retraído, los públicos numerosos no me atraen pues me causan sensación de inseguridad, simplemente les comento que de pequeño solía esconderme debajo de la cama cuando llegaban visitas y muchas ocasiones me quedaba allí hasta que mi madre me rescataba –ya dormido, claro está- para llevarme a la cama una vez que se habían marchado las visitas. Y ya de más grandecito, cuando por ventura me tocaba exponer algún tema frente al grupo en la escuela, simplemente no dormía bien la semana previa al nefasto acontecimiento.
Ya podrán Ustedes imaginar lo que sentí ante la encomienda de mi querido amigo Carlos Cortés. Sin embargo, cuando me encontré frente al numeroso grupo que aguardaba el curso, me sentí tan inseguro e incapaz de llevar a cabo decentemente la charla, que no tuve otro remedio que abandonarme por completo a la providencia de Dios y con todo el descaro del mundo le dije “Señor, ahora habla tú, ya que me has puesto aquí, supongo que tienes algo que decirle a toda esta gente, porque de plano Yo no tengo la menor idea”.
Y créanme, Dios habló durante dos horas ininterrumpidas. Fue una experiencia inolvidable de la cual hoy mismo me alimento cada vez que debo internarme por senderos desconocidos.
3. La prole: Para la mentalidad bíblica de la época patriarcal e inclusive de todo el Antiguo Testamento hasta antes de la redacción de la literatura sagrada del siglo II a.C, el concepto de “resurrección” o “vida eterna” es desconocido. Esto no quiere decir que no hubiera una orientación hacia la definitividad de la vida, simplemente  no había llegado aun la madurez de la revelación. La manera de expresar esta orientación hacia la permanencia más allá de las coordenadas espacio-temporales era mediante el deseo de una prole numerosa y una larga vida –siempre intrahistórica-. Sabemos que Abrán era estéril y que en esa cultura eso era un estigma terrible que causaba la discriminación y el repudio. Las palabras de Dios debieron significar una terrible motivación para el anciano patriarca y hoy deberían ser también una motivación suficiente para los creyentes del siglo XXI.
¿Cómo entender esa promesa? Ciertamente no en sentido biologicista (incontables hijos consanguíneos), sino en sentido de fecundidad espiritual. Cuando nos atrevemos a marchar al compás de la voz de Dios, encandilados por la promesa de plenitud que encierran sus palabras, no solamente encontramos plenitud personal sino que nos tornamos seres fecundos, portadores del sentido auténtico de la vida, capaces de comunicar vitalmente la Buena Noticia de que Dios camina con nosotros por los vericuetos de la vida y los escarpados montes  de la existencia. Así, seremos nómadas de Dios que marchan incesantemente desde la intrascendencia hasta el Tabor donde se nos transfigura el Hijo del hombre para mostrarnos el destino que nos aguarda.
Gracia y paz.

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