lunes, 9 de abril de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 15 DE ABRIL DEL 2012 2° DOMINGO DE PASCUA



1.      LECTURAS
Hechos de los Apóstoles 4, 32-35: <<  La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos.  Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima.  Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
Sal 117, 2-4. 16ab-18. 22-24: <<  Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor!   «La mano del Señor es sublime,  la mano del Señor hace proezas.»  No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor.  El Señor me castigó duramente,  pero no me entregó a la muerte. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular  Esto ha sido hecho por el Señor  y es admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. >>
1 Juan 5, 1-6: << Queridos hermanos: El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad. >>
Juan 20, 19-31: << Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: « ¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: « ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: « ¡Hemos visto al Señor!» Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: « ¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»  Tomás respondió: « ¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. >>
Comunión y testimonio para hacer experiencia del Resucitado
Jorge Arévalo Nájera
Hablemos claro y fuerte; ¡Si no es posible tener un contacto real y personal con Jesús Resucitado entonces el cristianismo es una farsa y más valdría a los creyentes buscar otros caminos que satisfagan sus búsquedas!
Recuerdo con viveza una etapa de crisis en mi vida de fe; un domingo de Pascua, estando en la celebración eucarística, plantado frente a una imagen de Jesús Buen Pastor, la duda llegó de repente, como una ola avasalladora que te toma desprevenido, te golpea y arrastra al fondo del mar y el pánico te invade. ¿Será verdad que resucitó Jesús? ¿No será todo un engaño, tal vez no de mala fe, pero un engaño a fin de cuentas? ¿No habrá terminado todo en la cruz y la única actitud sensata será, como los peregrinos de Emaús, regresarme a mi aldea y continuar con la vida de antes?
La piedra angular de mi vida, la que sostenía todo y desde la cual interpretaba mi propia identidad y daba sentido existencial a mi vida, parecía no estar de repente y todo amenazaba con derrumbarse. Fue realmente un momento –demasiado largo para mi gusto- angustiante. ¿Cómo puedo relacionarme con alguien al cual no puedo ver, escuchar ni tocar? Las mediaciones me estorbaban, me parecían un mero pretexto para engañar bobos.
Lo más absurdo era que en mi corazón no desaparecía el amor por Jesús y ese amor me lastimaba porque el amor exige de suyo el contacto real con el amado y era frustrante amar a un muerto. El Señor fue misericordioso conmigo y finalmente me dio la certeza en la fe sobre la realidad de la Pascua, pero esto significó un proceso largo y fatigoso no exento de trabajo espiritual en el que tuve que dar pasos concretos para preparar mi corazón para la experiencia del Resucitado.
Las lecturas de este domingo nos muestran precisamente la interacción absolutamente necesaria entre la gratuidad de la manifestación libérrima del Resucitado y la actitud discipular que permite recibir y captar con hondura la realidad inédita de la resurrección.
En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos muestra el contexto propio y primario de la experiencia del Resucitado: la Iglesia, o mejor aún, el ámbito eclesial. No se trata de pertenecer nominalmente a una institución, sino de una actitud existencial que se llama eclesialidad y que se encuentra articulada sobre dos ejes: la koinonía (comunión/compartición) y el testimonio de vida.
Hablo aquí del término “Iglesia” en su sentido más amplio, en cuanto al conjunto de seres humanos que son convocados por Dios a la vida en el amor y responden positivamente uniéndose de diversas maneras para construir la sociedad alternativa proyectada por Dios y manifestada por Jesús. Sin embargo, no niego que la eclesialidad universal conozca un punto de inflexión sacramental en la comunidad que se reúne para celebrar el Misterio el primer día de la semana, el Dies Domini (el Día del Señor o Domingo), pero esa reunión celebrativa no es excluyente sino que abraza los esfuerzos de todos los hombres de buena voluntad para vivir la eclesialidad universal.
Pues bien, es en este ámbito sacramental/eclesial que se da la experiencia del resucitado. Hoy es común escuchar la falsa e ilusoria premisa de que es posible relacionarse con Jesús en la privacidad de la intimidad personal, sin referencia a la Iglesia. Desengañémonos, esto NO ES POSIBLE si atendemos a la revelación unánimemente constatada en la Sagrada Escritura. Desde luego que es posible para la mente humana construir una “relación” intimista con Jesús, que inclusive puede parecer –y aquí radica el principal peligro- verdadera, emotiva y sincera, pero esto no quiere decir que sea real.
Lo único que garantiza el espacio para la manifestación del Resucitado es estar insertado en una dinámica eclesial, permanecer unidos indivisiblemente en un mismo criterio de discernimiento de lo real (un mismo corazón) y un mismo impulso vital que conduce la vida (una misma alma). Pero con esto, no está dicho todo, esa unidad debe hacerse visible y concreta en la koinonía (comunión) y el marturéo (testimonio) de cara al mundo.
En efecto, no hay experiencia del Resucitado sin la compartición de bienes y de vida. Mientras los que se dicen discípulos de Cristo no practiquen la compartición real y efectiva de bienes materiales y espirituales, ad intra (hacia dentro de la misma comunidad) y ad extra (hacia fuera de ella misma), no puede hablarse de cristianismo auténtico. La prueba irrefutable de que algo no anda bien en una comunidad que se dice cristiana es el desfase entre pobreza y riqueza en su interior. Si hay hermanos que tienen carencias elementales en el rubro económico mientras que hay otros que viven opulentamente, entonces esa comunidad, simple y sencillamente no es cristiana, puede ser un conjunto de aspirantes al discipulado, un grupo de fans del Jesús revolucionario, carismático o maestro de moral, pero no es todavía comunidad de discípulos que siguen las huellas de Jesús Mesías.
Pero tampoco lo es si no existe el testimonio de una vida congruente entre lo que se dice creer y lo que se vive. Al cristiano no se le pide perfección al estilo griego en la vivencia de las virtudes, sino opciones reales que demuestren una progresiva adhesión a Cristo. Se puede caer e inclusive retroceder, pero no se permite claudicar, el cristiano se define como un caminante permanente que se levanta de todas las caídas y vuelve a retomar el camino con la mirada transida de esperanza porque puesta siempre en Jesús que le precede. Ese es el testimonio que el mundo espera y necesita de los cristianos.
Por otro lado, la koinonía y el testimonio son la prueba eficaz de que se ama a Cristo, porque, como dice la 1 Jn, el amor a Dios se verifica en el amor a los hermanos (koinonía) y de este modo se cumplen sus mandamientos y se muestra la fe/adhesión existencial a Jesús. Los hijos de Dios, los que han nacido de lo alto (la cruz) y ahora experimentan la fuerza invencible del Resucitado no saben ni pueden vivir de otro modo.
Dice el autor de la carta que << Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. >> En muchos textos del AT se relacionan íntimamente el símbolo del agua y la Palabra de Dios (cf. Is 55,10-11, texto que acabamos de escuchar en la liturgia de la Vigilia Pascual) y en el NT la carta a los Efesios 5, 25-26 afirma: << Maridos,  amad a vuestras mujeres,  así como Cristo amó a la iglesia,  y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra. >> Si partimos de los hechos de que el agua en Juan es símbolo de la vida comunicada (brota agua del costado abierto del crucificado que se derrama sobre el centurión) y  de que Jesús es la Palabra de Dios encarnada, entonces es válido afirmar que Jesucristo vino como Palabra vivificante (agua). Por otro lado, la sangre simboliza también la vida pero en cuanto entregada hasta la muerte por amor (brota también del traspasado).
Vivir como resucitados significa entonces, adherirse de forma total a la Palabra definitiva que Dios ha dicho en Cristo y entregar la vida como él la entregó << ámense los unos a los otros como yo los he amado>>
Pero ya me voy extendiendo demasiado en esta reflexión y quiero terminar mencionando la imagen que Juan nos presenta en el cuarto evangelio acerca de Jesús Resucitado como portador de las marcas de su pasión y revelándose en la asamblea eucarística de la Iglesia. La intención de Juan no es dogmatizar la creencia en la resurrección de Jesús como una burda revivificación del cadáver con todo y heridas físicas. Más bien, la imagen es un recurso literario que pretende, por un lado, afirmar la plena identidad entre el Resucitado (incognoscible en su absoluta novedad) y el Jesús traspasado por los clavos y la lanza a causa de su amor por los hombres y su fidelidad al proyecto del Padre. Así, el Resucitado que otorga la paz/plenitud a su comunidad no es otro que aquel que los amó hasta el extremo en la última cena y que les dio el mandato de hacerse siervos los unos de los otros para que el mundo crea y creyendo, tenga vida en abundancia.
Gracia y paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario