lunes, 16 de abril de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 22 DE ABRIL DEL 2012 3° DOMINGO DE PASCUA CICLO B



1.      LECTURAS

Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19; << En aquellos días, Pedro dijo a la gente: - «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.» >>
Sal 4, 2. 7. 9; << Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Hay muchos que dicen: « ¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. >>
1Juan 2, 1-5; << Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo. Él es victima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. >>
Lucas 24, 35-48; << En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: - «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: - « ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: -« ¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: - «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió: -«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.» >>
2.      REFLEXIÓN
Resucitados para pregonar la conversión y el perdón de los pecados
Jorge Arévalo Nájera
El acontecimiento de la Pascua de Jesús es narrado en los evangelios con miras a iluminar la espiritualidad (forma concreta de vivir el dato revelado) de los discípulos, o dicho en términos más teológicos “las narraciones pascuales no tienen el objetivo primario de darnos a conocer el misterio cristológico, sino de iluminar el horizonte del misterio eclesiológico que se inaugura con la Pascua de Cristo”.
En efecto, de poco o nada serviría “conocer” lo sucedido a Jesús si esto no tuviera una incidencia directa en la vida de sus seguidores. Ya se ha gastado mucha tinta en sutiles disquisiciones acerca de la naturaleza gloriosa del cuerpo del Resucitado, que si era invisible o material, que si traspasaba paredes, que si salió caminando o volando del sepulcro, que si traspasaba la materia entonces que necesidad había de mover la roca, etc., etc. Todos esos malabarismos Pseudo-teológicos lo único que hacen es distraer la atención de lo que es esencial al mensaje Pascual.
Este 3er domingo de Pascua, la Liturgia de la Palabra centra su atención en dos aspectos fundamentales de la vida nueva en Cristo: la conversión y el perdón de los pecados. Vayamos aclarando estos dos tan importantes conceptos teológicos para evitar malos entendidos.
Conversión: En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro echa en cara la culpa del asesinato de Jesús al pueblo y a sus dirigentes. No hay medias tintas, optaron por indultar a un asesino y ellos mismos se convirtieron en deicidas, mataron al autor de la vida. Pero no tengamos demasiada prisa por excluirnos del grupo al que Pedro dirige su invectiva. Es verdad que históricamente fueron los dirigentes judíos y romanos los que conspiraron contra Jesús y acabaron dándole muerte, pero no olvidemos que según la  teología bíblica, existe indefectiblemente un vínculo ontológico solidario entre todos los miembros de la raza humana de todas las épocas y condiciones. No es una simple metáfora afirmar que todos los hombres participamos en el asesinato de Jesús.
Por otro lado, en tanto que Jesús no murió para siempre sino que vive y su lugar propio de residencia es el hombre, entonces cada vez que optamos por los valores de la cultura de la muerte, que mata, oprime y aliena a millones de seres humanos, estamos atentando contra la vida misma que es Jesús. Cada vez que preferimos la violencia sobre la mansedumbre, la riqueza sobre la pobreza, la primacía sobre el servicio, el odio sobre el perdón, el acaparamiento sobre la compartición, estamos matando al autor de la vida.
Cada vez que poseo a mi pareja buscando solamente mi placer egoísta y me olvido de que el acto sexual es el gesto que ratifica la entrega total y definitiva al otro, estoy optando por indultar a Barrabás y condenar a Jesús a la crucifixión.
Para una vivencia auténtica del cristianismo es absolutamente indispensable el reconocimiento, la aceptación humilde de las propias culpas, de la connivencia con el mal. No se trata, desde luego, de abogar por el desarrollo de un sentimiento patológico culpígeno que asfixia todo germen de libertad y más que ayudar al hombre, lo hunde en las arenas movedizas de la falaz mentalidad que le hace sentirse incapaz e indigno. Más bien se trata del sano reconocimiento de las propias responsabilidades de cara al pecado personal y social para poder dar pasos hacia una vida libre y plena. ¿Cómo poder salir de la esclavitud si ni siquiera existe la conciencia de ser esclavos?
Claro que se necesita arrojo y valentía para atreverse a reconocer ante uno mismo y ante los demás las propias culpas, enfrentarse con los aterradores demonios interiores y las oscuras oquedades del alma no es nada sencillo, pero el mismo Espíritu que nos convence de nuestro pecado, nos empodera para enfrentarnos a él aferrándonos a Cristo.
He aquí el segundo paso de la conversión; el cambio de mentalidad, la metánoia.  Convertirse significa etimológicamente hacer que algo o alguien se transforme en algo o alguien distinto de lo que era, en este caso, se trata de asumir una mentalidad distinta, de pensar, de enjuiciar la realidad (personal y exterior) con criterios que hasta el momento de la conversión no eran parte del marco interpretativo con que la persona aprehende la realidad y la dota de significado.
Si ponemos ejemplos concretos podríamos decir lo siguiente; si usted piensa (y no se trata de auto-engañarnos sino de hacer un ejercicio de introspección sincera) que las agresiones deben responderse con agresiones para evitar que los demás abusen y piensa que la máxima evangélica de “poner la otra mejilla cuando alguien te abofetea” es simplemente imposible de llevar a cabo si queremos sobrevivir en este mundo violento, entonces la conversión significaría invertir los parámetros, atreverse a pensar que renunciar a toda forma de violencia para asumir la convicción de que la mansedumbre es el camino que construye el Reino. Si piensa que la revancha ante la ofensa es lo único sensato, entonces la conversión significaría pensar que el perdón es la única forma de vencer en el conflicto.
Solamente hagamos una precisión pertinente; en gramática cristiana, “pensar” hace referencia a la adhesión totalizadora a la propuesta de Jesús, no a una adhesión intelectual a un determinado código ético o a unos ciertos dichos de Jesús. En la mentalidad del Nazareno, el pensar es ya una acción concreta y definitiva (el que odia en su corazón a su hermano es ya un homicida).  Es en el corazón que uno se convierte, es del corazón que brotan las obras buenas o malas y es en el corazón/mente que se adhiere o se rechaza al Mesías.
Perdón de los pecados: De acuerdo a la teología del Nuevo Testamento, el perdón de los pecados no es la consecuencia de la conversión sino el presupuesto que posibilita la conversión. En otras palabras, es posible convertirse porque se experimenta el perdón gratuito de Dios. Así por ejemplo en el relato de la mujer adúltera o en la parábola del hijo pródigo. Entonces, ¿por qué las lecturas de hoy parecen invertir la perspectiva?
Esta aparente contradicción se resuelve fácilmente si consideramos dos aspectos: la conversión no es el cumplimiento legalista de normas religiosas y el pecado no es simplemente la transgresión legalista de esas normas. Por lo tanto, el perdón no es en primer lugar una especie de “olvido” divino sobre las transgresiones humanas.
La conversión es un cambio de mentalidad que es fruto del amor derramado gratuitamente por Dios sobre la vida errada del hombre (pecado) que al sentirse y saberse amado de tal forma, abre su mente/corazón a la potencia de la gracia que así le empodera para vivir lo que parece imposible (el Evangelio). En realidad se trata de un círculo virtuoso que se experimenta históricamente con elementos intercambiables (perdón gracioso-reconocimiento del pecado-cambio de mentalidad) porque en muchas ocasiones primero el hombre se descubre pecador y se abre a la necesidad del perdón, pero en otras ocasiones se experimenta amado, descubre su pecado y cambia de mentalidad, se adhiere a Jesús.
De cualquier modo, sea como sea la experiencia personal, Jesús nos envía a todos y cada uno a pregonar solemnemente que la Pascua nos ha liberado de las ataduras del pecado, nos ha hecho conocer la verdad de la mente de Cristo y que esta misma experiencia está destinada a todos los hombres, sin distinción de razas, credos, ideologías políticas o preferencias sexuales, porque en Cristo Jesús han sido crucificadas todas las diferencias y una nueva humanidad unida en el amor ha surgido en la Pascua.
Gracia y paz.

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