lunes, 4 de marzo de 2013

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 18 DE MARZO DEL 2013 (4° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C)


LECTURAS

Jos 5,9.10-12: << En aquellos días, el Señor dijo a Josué: -Hoy os he despojado del oprobio de Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán. >>
Sal 33: << Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. >>
2 Cor 5,17-21: << Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. >>
Lc 15,1-3.11-32: << En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: - «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: -«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

  1. REFLEXIÓN

Providencialismo o fe en la Providencia

Jorge Arévalo Nájera

La fe según la Biblia, es un fenómeno complejo que dista mucho de un simple asentimiento intelectual a ciertos enunciados religiosos que se proponen como verdades divinas y mucho menos se reduce a la mera dimensión sentimental que hace derramar alguna lágrima cuando se hace alusión a Dios. La fe es una experiencia totalizadora del ser que introduce al hombre en una vida totalmente nueva y que le permite descubrir (siempre en el entramado histórico) al Dios que actúa para salvar.

Sin embargo, a pesar de su complejidad, la fe contiene y exige por parte del hombre una actitud básica que es la de la confianza total en Dios. Una confianza que abarca todas las dimensiones de la vida humana y así, el creyente debe confiar en la acción providente de Dios en el ámbito de las necesidades básicas como el comer, el vestir y el habitar bajo un techo, pero también en la acción salvífica de Dios de cara a su suerte definitiva. Esto parece demasiado obvio e innecesario de mencionar, y no obstante, al profundizar un tanto en la vida de muchos que nos decimos seguidores del Cristo, no resulta tan evidente. Las lecturas que hoy la Iglesia nos propone invitan a descubrir la presencia misericordiosa y atenta de Dios a las necesidades de los hombres, pero también conminan a vivir de acuerdo a esa presencia. Veamos de qué manera.

El trozo del libro de Josué, se encuentra precedido en la estructura del mismo libro, por otro pasaje en el que los israelitas han entrado a la tierra prometida y el caudillo sucesor de Moisés circuncida a todos aquellos que no lo habían hecho en el desierto. Este acto, que en otras culturas como la mesopotámica y la cananea, tenía carácter higiénico, adquiere en Israel una connotación eminentemente religiosa, de pertenencia al pueblo elegido y por lo tanto, a Dios.

El pueblo, que ha sido introducido finalmente por Josué a la tierra que una vez se le prometió por medio de Moisés, tiene que asumir un compromiso de vida pactado años atrás en el Sinaí, y ese compromiso debe ser signado con la circuncisión. No es un rito mágico que por sí mismo garantice la pertenencia al pueblo elegido, es un signo que remite en primer lugar al mismo creyente a su fuente primera que es Dios y en un segundo momento le convierte en “sacramento” (signo sensible de la acción salvadora del Señor) frente a las demás naciones. El pueblo de Israel no puede vivir en la libertad que se le ha otorgado (“Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto”) si no vuelve constantemente a la savia vital de la alianza.

Este texto adquiere tintes emblemáticos al ser leído desde categorías cristológicas, ya que efectivamente, para los cristianos Jesús es la nueva Pascua, el paso definitivo hacia la tierra prometida que ya no es más una tierra física prefigurativa, sino un estado de vida en comunión permanente con Dios. La Pascua de Jesús (siempre indefectiblemente unida a su cruz) introduce al cosmos entero en una nueva era, el que asume el dinamismo pascual “el que vive según Cristo”, es una creatura nueva, más aún, “para él, todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” como asegura Pablo en su carta a los Corintios.

Es interesante la precisión cronológica que hace el autor del libro de Josué con respecto al día exacto en el que el misterioso maná cesó de alimentar a los israelitas: “El día siguiente de la Pascua…A partir de aquel día, cesó el maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán.”  ¿Por qué precisamente ese día? Evidentemente que en el relato hay un trasfondo teológico y el texto no se reduce a una anécdota histórica. El “día” no se refiere a un lapso de 24 horas, es una referencia teológica que indica el inicio de una nueva era, es el “arranque” en la historia de una realidad hasta entonces inédita y el maná es ante todo símbolo de la providencia divina que acompaña a su pueblo en la travesía por el desierto (que a su vez simboliza un tiempo de preparación espiritual para la libertad) sin embargo, el maná es alimento para una etapa inicial en la vida de fe y a cierto momento corre el peligro de convertirse en obstáculo para el crecimiento espiritual del pueblo. Una vez asentado en Canaán, Israel deberá asumir con madurez y responsabilidad el preciado e inigualable don de la libertad y aprender a ejercerla para convertirse efectivamente en el pueblo de la alianza, luz para los gentiles e instancia histórica que manifieste la gloria de Yahvé.

Ahora bien, el pueblo creyente proclama su alabanza a Dios (Salmo) precisamente porque se sabe escuchado en la tribulación y atendido en sus necesidades “Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.” Y su confianza se basa en una experiencia previa de que el “Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de sus angustias” En el texto de Josué se proclama la responsabilidad ante el don y en el Salmo se proclama la confianza en el Dios que todo lo provee. Es la fatigosa dialéctica entre las dos dimensiones básicas que implica la obra salvadora de Dios: por un lado la graciosa acción benéfica de Dios que todo lo da y por otro lado la responsable acogida del don para hacerlo fructificar en la historia. El Dios de la Biblia no es paternalista ni dispensa al hombre de su compromiso histórico. Es verdad que no deja al hombre abandonado a su suerte ante las ciegas fuerzas cósmicas (como afirman los deístas) pero su asistencia permanente consiste en potencializar al hombre de tal forma que sea capaz en Cristo, de realizar obras portentosas y realmente trascendentes en beneficio de sí mismo y de los demás. Es Dios la causa última de todo bien, pero es el hombre su “mayordomo”, el administrador que distribuye los bienes de la casa a todos los que la habitan.

Con demasiada facilidad nos quitamos la responsabilidad y preguntamos ¿Por qué el hambre en el mundo? ¿Por qué la marginación y el oprobio de tantos hermanos? Recordemos que siempre alentados por el soplo divino, nos corresponde luchar denodadamente por construir un mundo más justo a imagen del Reino sin dejar para mañana el compartir lo que hoy tenemos y somos con los más desprotegidos y necesitados.
“Comer del fruto de la tierra” como dice el libro de Josué no es sólo acción divina sino también quehacer humano. Desde luego que esto no es labor en solitario y bien nos los precisa san Pablo con la utilización del plural a lo largo de toda su exhortación: “nos reconcilió…nos confirió el ministerio de la reconciliación…nosotros somos embajadores de Cristo…por nuestro medio es como si Dios los exhortara a vosotros…En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios…Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo <<pecado>> por nosotros, etc.”

Evidentemente es una exhortación comunitaria, y es que la comunidad cristiana solo se entiende cuando ejerce el ministerio de la reconciliación, de la restauración de la relación rota entre Dios y el hombre. Cristo es el medio por el cual el Padre se reconcilia con la humanidad, pero los discípulos reciben la encomienda de administrar ese regalo preciado e invaluable, es decir que los seguidores del Cristo son testigos y portavoces de la cancelación de los pecados. Dios nos conmina hoy a dejarnos reconciliar con él, a aceptar en nuestros corazones que su amor lo puede todo, que nada nos separa de él más que nuestra propia y conciente decisión.

Ni nuestro pasado por más pernicioso y contumaz que haya sido, ni el abandono de la casa paterna (Evangelio de Lucas), ni la arrogancia de exigir la parte de la hacienda que nos corresponde, ni la vida disoluta. Nada puede arrojarnos del corazón de Dios que mientras haya historia permanecerá atisbando a lo lejos con los ojos llenos de esperanza anhelando ver por fin al hijo que regresa a la casa. La fiesta es nuestro destino, el Padre ya ha dispuesto de su Cordero para que tengamos vida, el anillo de la alianza consumada por la sangre de su Hijo espera a nuestro dedo, ya los brazos abiertos del crucificado rodean nuestro cuello y la túnica del bautismo nos ha hecho hijos y el banquete nos aguarda.

Levantémonos pues, volvamos a la casa y unidos a los hermanos decidamos de una vez por todas responder a la gracia y empezar a vivir como hombres nuevos, convirtiéndonos en ministros de la reconciliación de Dios con el mundo y haciendo llegar la providencia de Dios a todos los que hoy el Señor ponga a nuestro alcance.

Gracia y paz.

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