VIERNES SANTO
Jorge Arévalo
Nájera
Hoy la Iglesia universal
celebra la muerte del Señor, que queda significada en la cruz. Pero la cruz,
por la naturaleza misma del que ha muerto en ella, aparece como una realidad
que nos presenta dos rostros; por un lado, efectivamente hace referencia a la
destrucción, a la ignominia, a la vergüenza, al dolor, a la pérdida, a la
oposición radical del hombre al proyecto salvífico del Padre y por ende al
pecado humano.
Es como un recordatorio
perpetuo de que el hombre ha querido realizarse en la historia según sus
propios criterios y ha dado muerte a la Palabra de vida definitiva. Porque la
muerte de Jesús, no es una muerte que el Padre haya predeterminado desde la
eternidad, no, lo que el Padre quería era la obediencia absoluta del Hijo y
hasta tal punto éste obedeció, que aceptó su muerte como consecuencia lógica de
su total oposición a las estructuras pecaminosas con que los hombres oprimen a
sus hermanos utilizando a Dios como pretexto para lograr sus propios intereses.
El Hijo vino a descubrir a los ojos del hombre su pecado y abrir el camino de
la salvación, su objetivo era constituir, mediante el cambio de mentalidad y la
adhesión de todo el ser del hombre a su persona, un nuevo tipo de ser humano, todos
discípulos del único Maestro y por ello, hombres libres y plenos. Pero de tal
modo rechazaron su propuesta por ir en contra de sus mezquinos intereses, que
acabaron dándole muerte en la forma más denigrante del mundo entonces conocido;
la muerte en cruz.
Pero hay otra dimensión en
el signo de la cruz. El Padre sabe recomponer siempre la historia de las
equivocadas decisiones humanas y la cruz no podría significar la derrota
definitiva de Dios en su afán de salvar al hombre, y así como éste introdujo el
mal y el pecado en la historia y Dios reinició su proyecto salvífico en los
primeros tiempos, así, en la plenitud de los mismos, asume en su proyecto la
cruz del Hijo y la convierte en camino salvífico. Todo hombre que quiera seguir
el camino de Dios, tendrá que asumir la cruz como único modo de realización en
plenitud. La cruz es convertida por el Padre en signo de victoria, ¡su Hijo ha
vencido en ella, precisamente en ella al pecado y a la muerte!
Y si Jesús ha asumido la
crucifixión en su proyecto de obediencia al Padre por amor a los hombres,
entonces la cruz también es signo de amor entregado hasta el extremo. Aunque la
cruz solo adquiere su interpretación definitiva por la resurrección del Hijo,
dicha resurrección no es propiamente la victoria de Jesús, es el acontecimiento
que revela el valor salvífico de la cruz, es el corolario a la victoria ya
alcanzada por el Hijo en Getsemaní y el Gólgota, es la manifestación
esplendorosa de esa victoria que se derrama sobre los hombres.
Por ello, la cruz de
Cristo es siempre signo profético que anuncia el amor de Dios, que revela el
auténtico rostro de la divinidad, que expresa con la más dramática plasticidad
al Dios que entrega la vida por los hombres para elevarlos a la categoría de hijos
por la efusión de su Espíritu, que brota del costado abierto del crucificado.
Pero también denuncia la
obstinada y contumaz mentalidad humana que se rehúsa a abandonar sus criterios
y valores egoístas, que aunque bien visto tiene, solo le llevan a la
destrucción, a él le parecen deliciosos manjares que no está dispuesto a dejar
para asumir el proyecto de Dios, proyecto que siempre le exigirá renunciar a
sus supuestos privilegios para optar por los pobres y desposeídos del mundo, mentalidad
que le llevará a crucificar al Hijo de Dios, no sólo en el Gólgota de hace casi
dos mil años, sino en el Gólgota de la vida cotidiana de los hombres del siglo
XXI. Pero la resurrección, nos permite vislumbrar la dimensión edificante del
signo profético de la cruz, viéndose así iluminado todo sufrimiento humano
cuando éste es injertado por el Espíritu y por la fe del sufriente en el
sufrimiento de Cristo que salva al mundo.
¡Él es el siervo doliente anunciado por
Isaías, que soporta nuestro sufrimiento y lleva sobre sí nuestras culpas!, ¡Él
soportó el castigo que nos trae la paz! Jesús es quien en absoluta obediencia,
aún y sobre todo en la noche obscura de la ausencia de su Padre, da el salto
definitivo y se abandona en brazos del que oculta su rostro ¡Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu! Esperando contra toda esperanza que Él le librará
por ser Dios fiel y verdadero.
Es precisamente por su
obediencia, que le lleva a la muerte y una muerte en cruz, que el Padre le
exalta y su nombre está sobre todo nombre y es nuestro sumo Sacerdote, el único
intermediario entre Dios y los hombres. La
muerte de Jesús, es la culminación de su pasión y a la vez, del proceso de
abajamiento de Dios, Él no sabe hacer otra cosa que entregarse, que dar la vida
misma por sus criaturas. Desde la eternidad, su proyecto creacional es ya
proyecto salvífico, con miras a la plenificación del hombre, y a través del
hombre, del cosmos mismo, pero esa plenificación se logra por la gracia, por la
donación de la misma vida divina, donación que queda constatada para siempre en
la cruz del Hijo.
Advertencia hermenéutica;
Abordaremos los textos desde una perspectiva que nos permita ir más allá del
sentido meramente histórico del acontecimiento allí narrado, y que nos permita
descubrir su significado atemporal, que traspasa los límites del tiempo y el
espacio, y que por lo mismo pueda iluminar nuestra vida, nuestra problemática
del aquí y el ahora. Desde esta perspectiva, me gustaría analizar con ustedes
brevísimamente los versículos 23,24 y 34
del capítulo 19 del evangelio de Juan, que arrojan mucha luz sobre el
significado salvífico de la muerte de Cristo.
Jn 19, 23.24: <<
Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los
que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica
era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo.
24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a
quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: se han repartido mis
vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los
soldados. >>
Elementos simbólicos del
texto:
1.-Los soldados
representan a todos los hombres de la tierra, a los llamados paganos, los no
judíos.
2.-El manto simboliza tres
cosas; la vida entregada por Cristo, que será el vestido del creyente, el Reino
de Dios y el Espíritu de Cristo.
3.-La túnica también
simboliza al Reino y al Espíritu, pero en su carácter de unicidad, de
indivisibilidad.
4.-El número cuatro
simboliza la totalidad, la universalidad; de los hombres (los cuatro soldados)
y del reino-Espíritu-vida entregada (las cuatro divisiones del manto).
Mensaje teológico:
--Son cuatro los soldados
que han dado muerte a Cristo y que se apropian de su manto, es la universalidad
del mundo pagano la que ahora recibe el Reino y el Espíritu que emana de la
vida entregada de Jesús (reciben el manto y lo rompen en cuatro partes).
--Pero no rompen la
túnica, es decir, aunque la universalidad del don implica diversidad, pluralidad de
comunidades, éstas gozan del único Espíritu, del único Reino, el que viene de
lo alto (la túnica no tenía costuras y estaba tejida toda desde arriba).
Es importante hacer
hincapié en el simbolismo de la túnica como el Espíritu del Crucificado, que
comunica vida entregada hasta el extremo de la cruz, con la cual la comunidad
cristiana se ha de vestir (para eso se reparten el manto los soldados). Los
ciudadanos del Reino se reconocerán por la actividad de su amor. Todo el mundo
reconocerá a los discípulos como a los
herederos de un crucificado, que se distinguen como él por la práctica del
servicio al hombre hasta dar la vida.
Jn 19, 34 <<
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante
salió sangre y agua. >>
Elementos simbólicos del
texto
1.-La lanza; representa el
odio del mundo.
2.-La sangre; es la vida
entregada del Hijo hasta la muerte.
3.-El agua representa al
Espíritu.
4.- El costado de Jesús,
hace referencia a la creación de la mujer en Gn 2,21s.
Mensaje teológico;
--Ante el odio del mundo
que sigue rehusándose al amor ofertado por Dios (la lanzada al crucificado ya
muerto), Dios responde con mayor amor, amor que produce vida desde la muerte,
ya que del costado del nuevo Adam (referencia a la creación) surgirá un nuevo tipo
de hombre, nueva creación de Dios, ¡la comunidad de Cristo!, creada por la vida
entregada del Hijo en la cruz (la sangre) y por el Espíritu comunicado (el
agua).
Conclusión: Dios se entrega
por nosotros (¡todos y cada uno de nosotros, los que hoy reflexionamos juntos!),
en la persona de su Hijo crucificado y traspasado por el odio del mundo. Del
Hijo muerto brota la vida, se recibe el Reino y el único Espíritu que unifica a
las comunidades cristianas, que nacemos día a día al pie de la cruz.
Hay que morir como el Hijo
para generar vida, hay que morir diariamente a nuestra mentalidad egoísta,
centrada solamente en nuestro bienestar (aún si éste se logra a costa de la paz
de otros), hay que morir diariamente a nuestras idolatrías, hay que amar
entregando la vida para recuperarnos a nosotros mismos como auténticos seres
humanos libres y plenos. Los cristianos no tenemos opción si hemos de ser fieles
al que confesamos como Señor; no es posible seguir a Jesús sin la negación de
uno mismo y sin tomar la cruz, signo eficaz del amor que entrega la vida hasta
la muerte misma. Pero recordemos que no
estamos solos, ¡es la vida misma de Dios la que se nos comunica en el Espíritu
que brota del costado del crucificado, para que podamos vivir según los
designios del Señor!
Gracia y paz.
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